lunes, 19 de julio de 2021

Sueño de una abeja en el radiador de un coche un segundo antes de que se evapore el verano


El amor se despide desde el asiento trasero de una berlina mientras el verano atardece. Sonrisas cargadas de promesas emanan de entre el acné mientras una inexplicable nostalgia se apodera de los temblorosos labios. Esos primeros besos, escondidos como polizones en la maleta, jamás volverán. Esas zapatillas, raídas por una amistad forjada entre balones de cuero y construcciones abandonadas, imploran un destino mejor que la basura. No más timbres a deshora. No más mosquitos ni bicis ni mar ni poesía.

Una abeja contempla la escena. Quiere llorar, pero no puede. Quiere amar, pero no sabe. Derrotada por el incipiente frío de septiembre, echa el vuelo hacia la berlina. Por más que embiste, no entiende por qué un velo invisible le impide entrar en el coche a despedirse del amor. Atraída por el calor, zumba hasta una extraña colmena negra anclada entre dos faros. Ronda todos y cada uno de los agujeros, luchando contra la abrasión. La incomprensión se apodera de ella. No, esa no es su casa. Y sólo entonces comprende que la muerte del verano es la suya.


martes, 2 de abril de 2019

La mujer exclusiva


Su inabarcable sonrisa se salía de los límites de su boca y sus comisuras delimitaban la linde con el mundo más triste jamás imaginado. Lo observaba a carcajadas, altiva, como si fuera un chiste mal parido a media luz en el insalubre sótano de algún dios perverso. Y solo su contagiosa risa la mantenía con vida, impermeabilizando sus huesos y su carne y su alma ante una humanidad vírica.

Por suerte, follaba como pocas. Contenía la respiración, como un preludio de lo inesperado, ante la inminencia de otra boca y anunciaba resbalando las sílabas cada orgasmo que padecía. Y, después de cada polvo, rebuscaba en un cajón, sacaba una vieja cámara y ¡clic! Quiero acumular tu felicidad después de follarte.

Nunca entendí del todo aquella costumbre. Tampoco importaba: jamás me la explicaría. Su ser se sostenía entre la eterna queja misántropa, contra esos putos mediocres, esa puta gente que ha infectado este mundo verde y bonito, y la inacción de quien atesora una suerte de amor egoísta hacia los objetos, instantes o personas más inmediatos. No. La mujer exclusiva no necesitaba explicarse.

Le bastaba con sonreír.

jueves, 27 de diciembre de 2018

Deshojando desayeres



Pensares elípticos, danzares ortopédicos,
Mirares plásticos, sabores metálicos;
Que regresan, que tropiezan, que
Se idealizan antes de torcerse y que
Qué importan ya, si ya olvidé
El regusto amargo que dejan
Cuando empecé a deshojar desayeres.

lunes, 10 de diciembre de 2018

Fetiches inferidos



Empecé a fijarme en los pies. Los demás solían alabar los culos o las tetas de las mujeres, pero a mí lo que más me interesaba era ese extraño arco exageradamente abierto que se forma entre las puntas de los pies de las mujeres que han practicado danza alguna vez. En realidad, lo que me excitaba eran sus rodillas, torturadas durante años de hacer pliés, pétreas y plásticas a un tiempo; ese punto exacto del cuerpo femenino en el que una mano pierde la inocencia y empieza a ascender por el firme y sedoso muslo.

El problema era que rastrear rodillas ajenas en busca de un patrón resultaba harto complicado: tanto la primera como la segunda ola feminista habían normalizado el uso del pantalón y otro tipo de prendas tradicionalmente masculinas en ambos sexos. Me parecía de mal gusto mirar a las que llevaban una falda corta, por no hablar de la sensación de depravación que sentía cada vez que trataba de escudriñar a través de una pernera. Así que me pareció mucho más conveniente fijarme en los pies de las mujeres. Al cabo, siempre podría esgrimirse que me interesaba el calzado que portaban. Y, de todos modos, en 2008 un fetichista de pies está bastante más aceptado que un fetichista de rodillas.

Tomás Ruso - Pensamientos de un ateo moribundo

lunes, 12 de marzo de 2018

Siete velas



Bebiendo de la noche, a sorbos, las tempestades
De una luna derrotada por la amargura;
El alma, desgajada, pidiendo en la barra de siete bares,
Como siete velas sin candelabro ni muerto,
Sin casa ni puerto, ni una buena cerveza
Que ofrecer a los borrachos de ánimas

                                Y batallas perdidas.

Pensamientos que se devoran, miradas que hablan
De lo que fue o de lo que, acaso, será:
Siempre dos copas vacías esperando otra ronda,
Mezclando whisky con tequila barato;
Porque valen más catorce pedazos de nada
Que dos espaldas ignorando el contacto

                                 En mitad del gentío.

miércoles, 25 de octubre de 2017

La revolución en una esquina



Cuando los silencios griten y las lágrimas
Resequen la inquina; cuando las sonrisas
Mutilen los brazos que asen las banderas y
Las piernas que andan nuestros caminos.

Cuando los cuerdos se mueran de miedo
Y los locos sangren palabras torcidas;
Cuando los Dioses no nos pertenezcan y
Los hombres hablen con los hombres.

Cuando las canciones fusilen a los 
Tamborileros de parca ideología; cuando
Este constante suicidio de la muerte
Se convierta en vida, se convierta en vida.

Cuando regalemos Macondo por un beso,
Un verso por cada exceso y una caricia
Por cada herida; ahí estará, aguardando,
La revolución en la próxima esquina.

miércoles, 12 de julio de 2017

Sueño resbalado


Recién se me resbaló un sueño, madre,
Que no mancha, ni deja huella en la arena:
Era gris y era espuma y en el viento ocre
Ya se perdió, madre, no me dejes sin cena.

Te soñé guinda de un postre inesperado,
Rojas las mejillas, rojos los labios rojos
De los que manaron besos olvidados,
Palabras que pronunciaste sin enojos.

Tus manos consolaron mi cuello herido
Con caricias extintas de seda y miel,
El alma asomando por tu cuero encanecido,
Como un sudor frío filtrándose en mi piel.

“Tengo que recuperar las fuerzas”, silbaste,
Tan matria, tan serena, tan convaleciente
Que una certeza nos sobrevoló en ese instante
Y contemplamos juntos el horizonte naciente.

Con un bastón inventado dejarías la silla,
caminaríamos hacia un futuro remoto
Y le robarías a la vida horas de brisa
En verdes paraísos, vedados e ignotos.

Desconsolado, comprendí que nada era real,
Que aquel sueño agonizante se burlaba
De mi torpe memoria y del amor más leal
Que anclado en mis tripas no se desgastaba.

Cruel y racional, me tocaste una vez más:
Piel con piel, mente a mente, otra tierna despedida;
Como si no te hubieras marchado jamás,
Como si tomásemos postre después de la vida.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Una frente en el beso


Ya las palabras mudas deshabitan la mente, ya los blancos se cobijan tras las muecas. Nada. Ni un pensar. Sólo vacíos, únicamente sombras danzantes sobre la arena hacia otro anochecer. Y otro amanecer. Sombra y luz, alternándose, intercalándose, fusionándose. Ya indistinguible, el tiempo se gasta como se gastan las pesadas palabras antes de pronunciarse. Nada. Ni un pensar. Sólo el torpe estirar del cuello, como un polluelo. Y el temblar por una frente en el beso.

sábado, 5 de julio de 2014

Los polvos perdidos


Descubro con cierta desilusión que empiezo a cumplir con todos los clichés atávicos del escritor. Convivo con la noche, en la que las horas se me mueren sin mucho sentido mientras busco la palabra, la idea, que derive en historia. Sigo sin aprender que la imaginación aparece justo cuando se encienden las luces del bar y el New York, New York de Sinatra preludia un final de cama vacía. Si es una de esas noches en las que aprieto el botón de voy a tener suerte de Google, acompaso el tecleo con el arrítmico absorber de las caladas, trasladando desde mi cabeza ese caos de ideas tan propio del gremio. A menudo, el filtro de ese cigarrillo se me queda colgando del labio inferior y, para despegarlo de la piel sin desollarme, recurro al whisky. En esos casos suelo pensar en mujeres y, entonces, cambiaría un verso gastado llenito de palabras de amor por un polvo. Para un escritor no hay nada más triste que enfrentarse a palabras solitarias. Nada, excepto una cama vacía.

viernes, 22 de febrero de 2013

Comos (X)



Como la nota que se atrinchera donde no debería y, aun así, encaja.

Como la explicación que suena a excusa.

Como la naturaleza de una falta ortográfica.

Como Ringo en los Beatles.

Como la torpeza que induce a un beso inesperado.

Como el verso que siempre me sobra.

Como Dios en mis esquemas.

Como Madrid sin un café para tertuliar.

Como Londres sin locura.

Como Paris sin pasión.

Como Florencia sin ti.


Por no decir otra cosa… Discordante.

viernes, 21 de diciembre de 2012

viernes, 30 de noviembre de 2012

2013



“Cuanto más viejo te haces, más rápido se te pasa el tiempo”, me dijo. Y el peso de la existencia se ciñó sobre nosotros como una nube de gas tóxico. Amenazante. Deduje que aquel hombre, que pretendía amenizar mi espera del autobús con sus lúgubres palabras, pasaba de los cincuenta. Pensé que, probablemente, su reciente divorcio –no hacía otra cosa que acariciarse el dedo anular desnudo, como un gesto muy arraigado- había alterado su percepción del tiempo. Yo ya lo había visto antes. En mi viejo, que de pronto se hizo viejo sin articular protesta. En mi tía, entregada a los fantasmas de su pasado, inconsciente de que hacía un año que había alcanzado la edad de jubilarse y jamás había enfocado su vida a nada que no fuera el odio. ¿Y en mí? Y al hacerme la pregunta, sentí algo recorriendo mi cuerpo. Pero no era un escalofrío. Hacía demasiado frío más allá de mi ser como para que pudiera sentirlo. Era pis. Me estaba meando encima con 28 años.

Traté de no pensar en ello, así que llevé mi mente a mi infancia. Por casualidad llegué a una sala de cine. Mi madre y yo; mis vecinos católicos y sus tres hijos. “Como una familia”, pensé. Era 1993, el año en el que Spielberg puso de moda los dinosaurios. Cuando mi madre se fue a Brasil a pasar sus últimas vacaciones sin familia, cuando dejé de jugar de portero para ser delantero, cuando el frío me mataba cada mañana que iba a Moratalaz desde Colmenar Viejo en un Citroen ochentero sin calefacción, cuando abandoné la colección naranja de ‘El barco de vapor’ y me atreví con la roja, cuando llamaba a mi abuela a través del fijo y sin prefijo… De repente, volví a tener ocho años.

Decidí saltar una década. ¡Dios, todo lo que pasó en mi vida entre 1993 y 2003! Los juegos cada vez más complejos, los amores cada vez menos inocentes, los amigos cada vez más casuales... Los veranos eran trienios; los años, décadas. El tiempo pasó tan lento entonces que, sentado junto al hombre de verdades incómodas esperando al autobús, apenas alcanzaba a comprender lo que había pasado en mis últimos diez años. ¡Diez años! Nada. Un leve suspiro carente de primeras veces, sin emoción. Todo estaba descubierto y lo incierto ya no despertaba en mí suficiente interés como para indagar. Había perdido una parte de mi vida marcándome objetivos y cumpliéndolos mientras la vida se empeñaba en suceder sin mi permiso.

En la parada de autobús ya era 2013. No cayó el meteorito, ya ven, pero mi mundo se estaba desmoronando en apenas segundos. Y yo no acertaba a descifrar si mearme encima podría impedirlo. 

martes, 18 de septiembre de 2012

Macondo por un beso



Pensarte es como imaginarme un libro en blanco en el que uno lee lo que le da la gana leer, y en el que a mí se me dibujan las palabras: “Quererte es como pasear mi orgullo herido por las plazas más repletas de venganza y ambición; amarte, como regalarte Macondo por un beso y que me mires sin expresión alguna y me preguntes: ‘¿Y eso qué es?’”.

martes, 27 de marzo de 2012

Comos (IX)



Como Dustin Hoffman cuando cuenta las cartas que va sacando el crupier en “Rain Man”.

Como las farolas ante el trajín de un fin de semana en el centro de Madrid.

Como el atractivo de una niña pija en un concierto de Led Zeppelin.

Como mi actitud cuando leo las primeras 16 páginas de un libro de Ken Follett, justo antes de cerrarlo indignado.

Como los suspiros que sueltas cuando el polvo que estás echando sólo sirve para recordarte que el amor ya ha muerto.

Como un amigo cuando realmente lo necesitas.

Como la Penélope de Serrat.

Como Khedira en un Real Madrid ofensivo.

Como el carisma de Rajoy.

Como la sonrisa que precede a la firma.

Como el color de la primavera para los tecnófilos del siglo XXI.

Como la rima de los versos que escupo de mucho en mucho.

Como la mirada de Dios cuando tiene una injusticia delante de sus narices.


Por no decir otra cosa... Ausente.

lunes, 26 de diciembre de 2011

El viajante del sur


El primer ruido vino del sur: una sirena de cabellos dorados, cadera ancha y alma de campesina. Casi sin quererlo, varé en su playa y sucumbí durante un año a los frutos exóticos de su piel, a la tiznada y fina arena que nos envolvía en cada atardecer, rodeados de un océano de nada. Pasó el tiempo y, con la primera ola del verano, me hice viejo de golpe. Y, horrorizado, me desenredé de sus cabellos, me escondí en la ola y me fui con ella sin mirar atrás.

Y quise flotar a la deriva, bregar solo con la mar. Esperar la muerte agarrando fuerte el timón. Y navegué. Y navegué. Y navegué hasta que perdí el norte. Y, entonces, de babor llegó un segundo amor: una amazona guerrera de piel morena, pelo encrespado y sueños de bailarina. Encallé otro año en sus aguas de poco calado y nos olvidamos de la playa. Y del mar. Y del sol. Y nos arropamos con la oscura noche entre pasiones y miedos, dejando una estrella encendida antes de dormir.

Al tiempo, la playa, el sol y el mar empezaron a hablarme. Se sentían sepultados por la noche, decían. Me susurraban al oído para que no me durmiera, apagaban la estrella encendida para que me asustara. La luna, cómplice, se tornaba en espejo que reflejaba a un hombre envejecido por la calma. Y me conminaba, noche tras noche, a seguir mi travesía hacia el norte.

Harto, decidí salir de aquella cala. Pero mi amazona me asió por el brazo y se negó a dejarme marchar. Quise explicarle que debía viajar al norte, que la luna me lo ordenaba. Que el sol, la playa y el mar, heridos porque ya no les hacía caso, querían que me fuera de allí. Que me asustaban y no me dejaban dormir. Quise contárselo todo, pero no lo hice.

Me deshice de su fuerte mano y le dije: “Déjame marchar. El norte me espera”. Ella preguntó con su mirada felina y yo sólo pude contestar: “Necesito volver a destrozarme el corazón”.