viernes, 19 de agosto de 2011

Comos (VII)


Como ir escuchando Rock and Gol en el coche y que de pronto te pongan una canción de Muse mientras piensas: “Joder, pero si tengo la discografía entera metida en el CD que está puesto”.

Como Khedira.

Como Dios.

Como Bush.

Como tratar de hacer una excusa tan creíble que suene a mentira.

Como mantenerse virgen hasta el matrimonio.

Como el matrimonio.

Como el tío al que se le ocurrió hacer las latas de conservas imposibles de abrir.

Como el postre que te ofrece tu abuela a pesar de ser consciente de que de un momento a otro vas a reventar del atracón al que te has visto sometido por dignarte a aparecer por su casa.

Como la soberbia de Mourinho.

Como la indolencia de Feliciano López, a pesar de ser el mejor jugador de pista rápida del mundo.

Como el piercing que te hiciste en el pezón, que te duró dos días y que te lo dejó para siempre sensiblemente más grande que el otro.

Como todo aquello que no es Coca-cola.


Por no decir otra cosa... Innecesario.

sábado, 13 de agosto de 2011

Rumor de madrugada


Con un tibio rumor de madrugada,
Amanecí con alcohol y un canto
Desesperado, y un grito por cada
Mortaja que cubre con espanto
El dolor de mi alma fatigada.

¡Negra noche, tráeme un sueño!
De luces y aire, de sombras y niebla,
O, acaso, plántame en el ceño
Un beso tierno de fresca hierba.

¡No te vayas! Quédate dormida
Con mis cantos y gritos y sueños y nanas
Que, en la mañana de rojo teñida,
Se desvanecerán como si nada en la nada.

sábado, 6 de agosto de 2011

La pelusa de tu ombligo


Algunas veces miro tu ombligo con ganas de ser esa pequeña pelusa que te acompaña por la vida sin hacer ruido y sin importarte demasiado. Contemplaríamos juntos las estrellas en las noches de verano y leeríamos libros en invierno, arropados con el nórdico hasta el cuello. Cada noche, cuando te durmieras, saldría de mi escondite y pasearía por todo tu cuerpo, saboreando a cada instante tu olor a tierra mojada. Y, antes del alba, volvería a tu ombligo. Despertarías desconcertada, mirarías tu ombligo y, sin saber por qué, arroparías a la pelusa con un manojo de hierba.