La princesa mira más alto que ninguna y se desenmaraña el pelo con un peine de marfil. Se contempla a cuerpo entero en cualquier espejo, saluda con palma abierta en la distancia y multitudes aclaman, desean, envidian. Huele a sueño de primavera, tiene dos pétalos por ojos, dos frutas por senos y más de una motita de chocolate que esconde una constelación de lunares. Sonríe al viento y al mundo llega la luz, toca con su presencia y uno siente la nobleza de ser inmortal.
La princesa mira más alto que ninguna y siente pasiones mortales como los demás. Un día conoce al príncipe en un banquete en el campo y se planta frente a él. Piensa en decirle lo que siente, en susurrarle palabras de amor, en mostrarle su corazón. Pero ella es una princesa y tales cosas no sabe hacer. Bastarle debería a mi príncipe con mi presencia para enamorarse de mí, piensa.
La princesa mira más alto que ninguna y desconoce otros cuentos que no sean el suyo. El príncipe la mira, el príncipe la huele, el príncipe la llega tocar. Y ¡ay, Dios mío! La princesa cae redonda, en un desmayo de película, tras oírle a su príncipe decir:
-Tú sólo eres una rana.
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