Recién se me resbaló un sueño,
madre,
Que no mancha, ni deja huella en la
arena:
Era gris y era espuma y en el viento
ocre
Ya se perdió, madre, no me dejes sin
cena.
Te soñé guinda de un postre
inesperado,
Rojas las mejillas, rojos los labios
rojos
De los que manaron besos olvidados,
Palabras que pronunciaste sin enojos.
Tus manos consolaron mi cuello herido
Con caricias extintas de seda y miel,
El alma asomando por tu cuero
encanecido,
Como un sudor frío filtrándose en mi
piel.
“Tengo que recuperar las fuerzas”,
silbaste,
Tan matria, tan serena, tan
convaleciente
Que una certeza nos sobrevoló en ese
instante
Y contemplamos juntos el horizonte
naciente.
Con un bastón inventado dejarías la
silla,
caminaríamos hacia un futuro remoto
Y le robarías a la vida horas de brisa
En verdes paraísos, vedados e ignotos.
Desconsolado, comprendí que nada era
real,
Que aquel sueño agonizante se burlaba
De mi torpe memoria y del amor más
leal
Que anclado en mis tripas no se
desgastaba.
Cruel y racional, me tocaste una vez
más:
Piel con piel, mente a mente, otra
tierna despedida;
Como si no te hubieras marchado jamás,
Como si tomásemos postre después de
la vida.