Ya las palabras mudas deshabitan la mente, ya los blancos se cobijan tras las muecas. Nada. Ni un pensar. Sólo vacíos, únicamente sombras danzantes sobre la arena hacia otro anochecer. Y otro amanecer. Sombra y luz, alternándose, intercalándose, fusionándose. Ya indistinguible, el tiempo se gasta como se gastan las pesadas palabras antes de pronunciarse. Nada. Ni un pensar. Sólo el torpe estirar del cuello, como un polluelo. Y el temblar por una frente en el beso.